La Morada, 40 años de acción y pensamiento emancipador

POR MARGARITA HUMPHREYS OSTERTAG

Integrante de La Morada desde 1997. Coordinadora Proyecto Archivo y Memoria, La Morada 40 años. Psicóloga, magíster en psicología clínica y políticas públicas.

Octubre de 2023

¿Cómo celebrar en el concierto de una conmemoración cuando se trata de activar la memoria que profundice el nunca más?

Este año se cumplen 40 años desde que, en 1983, se formara la Casa de la Mujer La Morada (hoy Corporación de Desarrollo de la Mujer), tras la separación de las mujeres que formaban el Círculo de Estudios de la Mujer. Por esos años, la tensión entre un feminismo ligado a la acción y activismo político y otro vincula- do a la investigación y el pensamiento, dio paso a dos organizaciones: el Centro de Estudios de la Mujer y La Morada. En contexto de dictadura, donde el movimiento feminista se constituyó como resistencia e imaginación de nuevas formas de convivencia social, la ruptura del Círculo multiplicó las formas del feminismo, convirtiéndose en una amplia franja de pensamiento y acción contra toda forma de dominación, ampliando el horizonte de su reflexión y su activismo a la interrogación de las condiciones de vida de las mujeres. Democracia en el país y en la casa se convirtió en la consigna que posibilitó pensar críticamente las relaciones que se dan en todos los ámbitos de la vida, y con esto, la vida misma.

La Morada cumple 40 años de muchas historias, que son las memorias alojadas en las experiencias de quienes han formado parte de su construcción. Celebra- mos en una fiesta rara, una fiesta no habida (en palabras de Gabriela Mistral) en la que algunas están, otras no vinieron, unas están lejos, algunas ya no están. Hacemos de esas ausencias distintas formas de estar, las hacemos presentes en un ejercicio de memoria que este año tomará la forma de un archivo histórico. Las ausencias son presencias diversas que aparecen y se activan por la memoria y en el cuerpo de un archivo, que aloja las distintas maneras, momentos, preocupaciones, acciones y silencios, así como condiciones de posibilidad de lo por-venir. Concebimos un archivo traer y alojar en una composición de sentido. Un lugar y ejercicio vivo, móvil y que aún no vislumbra su punto de término. ¿Dónde termina un archivo? ¿Dónde ter- mina la memoria? ¿No es acaso el archivo —ese lugar que resulta de la acción de registrar huellas, desper- tar el recuerdo y remover las piezas—, el “sujeto” del feminismo, ese/a que estando, nunca está del todo o nunca termina de no estar? La memoria que empuja el deseo de archivo no pretende establecer la verdad de la historia, sino darle lugar a las experiencias, voces y producciones, silencios, murmullos y hablares bajitos (J. Kirkwood) que han dejado una inscripción en las experiencias singulares y colectivas, que late en las posibilidades (o no) de hacer organización.

La memoria feminista es y será colectiva, y una memoria que hay que desentrañar. Como dice Verónica Matus (1) refiriendo a J. Scott: ,“escribir la historia del feminismo a través de las lecturas de las paradojas específicas que los sujetos feministas encarnan, realizan y denuncian”2 puede posibilitar romper las narrativas lineales y esencialistas. La construcción de un archivo de La Morada constituye un gesto que aporta a la memoria feminista, hoy en día necesaria para recuperar un sujeto y/o una palabra plural del feminismo, permanentemente en riesgo de ser reificada y reducida a agendas de reivindicación identitarias.

La Morada se ha construido a partir del trabajo de las distintas dimensiones que cruzan la vida de las mujeres, en lo político, cultural y subjetivo. En este trayecto se fueron instalando prácticas y pensamientos para entender, atender y transformar las estructuras de dominación patriarcal. Ante la tensión entre acción y pensamiento, la Morada se configuró en los 80 como un lugar donde se sintetizó de alguna manera esta suerte de oposición, estableciéndose puentes entre el feminismo más activista y el feminismo cultural. La Morada fue un lugar “desde donde se diseminan discursos críticos” (Olea, 2019), tensionando el orden de las representaciones sociales y culturales de las mujeres, sus lenguajes y formas de producción, sacando a la luz, poniendo al aire las voces de otras subjetividades, marginales al ordenamiento hegemónico y patriarcal, aquel que la dictadura extremó en la maquinaria de aniquilación de lo diferente.

La Morada se inscribe en esa tradición feminista que surge antes que la dictadura, pero que revela allí su potencia de organización y resistencia máxima. Se expande de maneras diversas y discontinuas, encontrando siempre en la pluralidad de sus formas las maneras de rebeldía ante la estructura dominante en lo político y en el lenguaje.

Imaginar la producción cultural y el pensamiento de mujeres pensando a las mujeres fue una propuesta que posibilitó la apertura de nuevas lecturas y significaciones de las instaladas en la tradición. Una palabra que se inscribió como “una palabra cómplice”, título que lleva el texto producido con posterioridad al Coloquio “Una palabra cómplice. Encuentro con Gabriela Mistral” el año 1989, que tuvo lugar en comunidad con otras organizaciones de mujeres. Se reconoce allí una ruptura con la iconización de la poeta y tuvo una “explícita voluntad política [que] consistió en favorecer lecturas y aperturas del texto, que no tendrían lugar en las celebraciones oficiales” (Olea, 2009). Un coloquio, una conversación para darle lugar a lo que no tendría lugar. ¿Dónde se es más cómplice que en compartir el trabajo de resistencia a los cánones de una tradición que se ha empeñado en reducir la pluralidad de las formas de lo femenino; o en denegar en la oficialidad de la historia el espacio para las múltiples memorias que habitan en la configuración de identidades y territorios? ¿Dónde se es más cómplice que en el trabajo de forjar un pensamiento para atender el malestar más allá de los discursos normativos sobre la violencia, sutil y transversal en los modos de convivencia?

Son 40 años que se cuentan con y en el cuerpo, el personal y el social, colectivo. El cuerpo de la corporación que ordenó las formas de organización, de administración de los recursos, los espacios, los tiempos, las partes, las casas. A 40 años, diversas moradas de esas casas se han silenciado, a pesar de que quisiera pensar que hablan de lejos, bajito. Se las encuentra en imágenes, en cintas, textos, manuscritos, libros, revistas, dibujos, pancartas, artículos. Se las encuentra de oídas en otras voces, se recuerdan, se reconocen y se vuelven a traer. Por eso quiero creer que están, aunque la presencia no sea mi obsesión, sino el deseo permanente de memoria donde las que estuvieron, las que no estuvieron y las que quieran estar, encuentren ahí su morada.

1 V. Matus (2023), Comunicación personal en el marco de elabora- ción del material del proyecto Archivo y Memoria

2 J. Scott (2007). History-writing as critique. En Keith, J. et al. (ed.), Manifestos for history. Londres, Routledge. 2009. Preguntas no respondidas. Debate feminista, Vol. 40.

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